Por Moisés Cottom |
Pablo Mejía fue un hombre que nació en la pobreza, en la aldea El Triunfo, San Marcos, en el año 1933. Desde niño tuvo que trabajar para sobrevivir, moliendo el olote y las hojas para comer y saciar el hambre en su época.
Se enlistó en el Ejército de Guatemala como un soldado valiente, defendiendo las tierras por una causa justa. Sobrevivió a muchos ataques aéreos de la aviación enemiga en las tierras de Chiquimula, y desde esa fecha, nunca le temió a nada, y mucho menos a la muerte, como solía decir.
Al regresar de servir a su patria, continuó con el negocio de su padre, quien se dedicaba a vender panela a los vecinos de las aldeas que la necesitaban. Pero a él no le bastó con eso; continuó sirviendo a su comunidad, siendo uno de los principales gestores, junto a otros vecinos, para habilitar el único campo de fútbol que existe en la aldea.
Sin embargo, pocas personas reconocen su gestión, porque él y sus compañeros viajaron a la Zona Militar de Quetzaltenango en caballo para solicitar la maquinaria necesaria, porque solo la zona militar la poseía. Durante el conflicto armado interno, fungió como comisionado militar, velando por la seguridad de los ciudadanos de la aldea.
Su vida estuvo marcada por su entrega y su lucha, pero no solo en tiempos de guerra.
En momentos de paz, su corazón seguía latiendo por el bienestar de su gente.
En el año en que la energía eléctrica llegó a la aldea, casi pierde la vida por su incansable esfuerzo. Pero, como siempre, nada lo detuvo. Se levantó, como lo hizo toda su vida desde niño, con la fuerza que solo los verdaderos guerreros poseen.
Pablo Mejía fue, y siempre será, un hombre profundamente respetado. No solo por su familia, sino por todos aquellos que tuvieron el honor de conocer su historia y su lucha. Hoy, aunque nos deja físicamente, su legado sigue vivo en cada rincón de la aldea, en cada recuerdo de aquellos que lo conocieron y lo admiraron.
Su valentía, su dedicación y su amor incondicional por los demás son un ejemplo que nunca olvidaremos.
Él será siempre el hombre más respetado de nuestra familia y de muchos más. Nos deja un legado que perdurará por siempre. Pablo Mejía es, y será, el hombre más grande de nuestras vidas. Él es, y siempre será, el abuelo Pablo.