Por Fernando Castellanos |
El Ferrocarril de Los Altos (FLA) marcó un capítulo histórico en Quetzaltenango y en Guatemala. El 25 de septiembre de 1924, se firmó en Berlín un contrato con la Allgemeine Elektricitäts Gesellschaft (AEG) para la construcción de un ferrocarril eléctrico de 45 kilómetros que uniría San Felipe, Retalhuleu, con Quetzaltenango, convirtiéndose en un proyecto pionero en la región.
La idea de un tren que llegara al altiplano se había gestado desde finales del siglo XIX. Tras varios intentos fallidos y el abandono de un proyecto de ferrocarril con cremallera, en 1920, bel gobierno guatemalteco aprobó un plan que incluía un impuesto de 3 pesos a las bebidas alcohólicas para financiarlo.
El contrato contemplaba además la adquisición de seis vagones de pasajeros, nueve de carga y un carro de inspección. En 1928 se concluyeron los primeros 16 kilómetros, aunque un trágico descarrilamiento retrasó su puesta en marcha. Finalmente, el 30 de marzo de 1930 se inauguró oficialmente el recorrido completo hasta Quetzaltenango.
El Ferrocarril de Los Altos fue considerado uno de los más espectaculares de América Latina: alcanzaba los 1 mil 723 metros de altura y podía desplazarse a 44 kilómetros por hora, siendo el único tren eléctrico de Guatemala. Incluso se emitieron sellos postales y se compuso una canción en su honor.
Sin embargo, su gloria duró poco. El proyecto fue un fracaso financiero, pues los automóviles y autobuses ya ofrecían alternativas más rápidas y baratas. En 1933, una tormenta destruyó puentes y causó severos daños a la vía. El gobierno decidió no reconstruirla y el ferrocarril fue declarado cerrado definitivamente, el 10 de noviembre de 1933, después de apenas tres años y medio de operación.
El Ferrocarril de Los Altos quedó en la memoria como un símbolo de modernidad y ambición, aunque también como uno de los proyectos más efímeros de la historia del país.











