Dos hechos que no pueden pasar desapercibidos en el mundo. La necesidad de un control en el uso de armas nucleares; y, la necesidad de un tratado para proteger la vida marina en alta mar.
El primero es el reciente fracaso en la Organización de las Naciones Unidas de la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) firmado 1ro. de julio de 1968 y que entró en vigor desde el 5 de marzo de 1970 por el cual se restringe la posesión de armas nucleares y forma parte por tanto de los esfuerzos de la comunidad internacional para impedir la proliferación de armas de destrucción masiva.
La Conferencia de casi un mes de duración cerró sin un informe final que debía ser aprobado por todos los participantes en la conferencia y por el cual recogía la “seria preocupación por las actividades militares” cerca de las instalaciones nucleares y recalcaba “la importancia primordial de garantizar su control por parte de las autoridades competentes de Ucrania”, Rusia fue el principal opositor a la aprobación de este instrumento internacional.
Esta es la segunda vez que la conferencia de revisión del TNP que se celebra cada cinco años -por la pandemia no se realizó en el 2020- no logran firmar un documento final, ya que en el 2015 tampoco hubo acuerdo ante las graves diferencias acerca del establecimiento de una zona libre de armas de destrucción masiva en Oriente Medio.
El TNP tiene la adhesión de 191 Estados lo que lo convierte en el acuerdo más suscrito en el campo de la no proliferación nuclear, el desarme y un uso pacífico de esta energía. Los países que carecen de armas atómicas se comprometen en el tratado a no fabricarlas ni adquirirlas; y, las naciones con armas radiactivas «no ayudarán, alentarán o inducirán» a que otros países cuenten con ellas en su arsenal.
Cerrar con acuerdo esta conferencia se veía como una tarea especialmente importante dadas las fuertes tensiones internacionales de la actualidad y el resurgir de los temores a un conflicto nuclear que se ha visto en torno a la guerra en Ucrania.
El segundo hecho es también el fracaso en la ONU para alcanzar un acuerdo de aprobación de un tratado de Naciones Unidas para proteger la vida marina en alta mar. El tratado propuesto establecía normas para proteger la biodiversidad en dos tercios de las áreas oceánicas del mundo que están fuera de las jurisdicciones nacionales. Es decir que el objetivo global era reservar el 30% del área oceánica como algún tipo de santuario marino.
En esta conferencia se discutieron temas en torno a compartir los beneficios de la vida marina, en establecer zonas protegidas, prevenir los daños causados por la actividad humana en alta mar y ayudar a los países pobres a obtener conocimientos y medios para la exploración oceánica. Un tratado de esta naturaleza puede brindar a nuestros mares el sumidero de carbono más grande del planeta, la oportunidad de recuperarse.
La alta mar juega un papel vital en el apoyo a las pesquerías, proporcionando hábitat para cientos de miles de especies y mitigando los impactos del cambio climático, sin embargo, actualmente son muy poco reguladas, lo que resulta en una explotación generalizada. Las conversaciones se reanudarán en 2023, a menos que se convoque una sesión especial de emergencia antes de que termine 2022.
El mundo seguirá a la deriva hasta que los estados logren ponerse de acuerdo en dos temas claves como son el control de armas nucleares y la protección de la vida marina en alta mar, no hacerlo nos coloca en un riesgo innecesario para nuestra propia existencia y el de la naturaleza.
Hasta la próxima semana.
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