Por Fernando Castellanos |
La existencia de las procesiones se remonta a la más lejana antigüedad. En Atenas, Grecia, se celebraban anualmente grandes procesiones: La de las panateneas, las tres de los misterios de Eleusis y la de Yaco, deidades locales de aquella civilización.
En el cristianismo, las procesiones forman la parte más importante del culto exterior. Es difícil hacer una historia de las procesiones cristianas, aunque cabe pensar que en los primeros tiempos de persecución serían muy extrañas, y sólo en el interior de los lugares de culto. Existe constancia histórica de algunas procesiones en la Edad Media.
En los siglos XIV y XV, la aparición y difusión de la órdenes mendicantes – Una Orden mendicante (del latín mendicare, pedir limosna) es un tipo de orden religiosa católica caracterizada por vivir de la limosna de los demás – supuso un cambio en la vivencia religiosa de los fieles, pues estas órdenes pretendían un acercamiento de lo sagrado al pueblo, y el adoctrinamiento y enseñanza de este en los misterios de la fe.
De ahí que las imágenes religiosas se multiplicaran a partir de entonces y surgieran representaciones teatrales de carácter religioso, con elaborados textos (los autos sacramentales).
Un precedente de esto pudo ser el pesebre viviente que organizó san Francisco de Asís en la localidad italiana de Greccio. En este tipo de representaciones se mezcla lo profano con lo sagrado, y las imágenes sagradas salen al exterior de los templos.
Se puede sospechar con fundamento que la procesión cristiana recoge la tradición de los desfiles militares, tan habituales en la Antigüedad, bajo un barniz piadoso.
Pero, sin duda alguna, es a raíz del Concilio de Trento cuando las procesiones adquieren una enorme importancia, cuando la Iglesia católica ve en este tipo de actos un poderoso instrumento de evangelización y persuasión, en un marco donde el impacto visual de la imagen era más efectivo que la lectura de relatos bíblicos, que por otra parte era limitada debido a las altas cotas de analfabetismo y a que estaba prohibido traducir los textos sagrados del latín.
Actualmente han pervivido con diferente fortuna en diversos lugares del mundo. Si algunas son especialmente conocidas son las procesiones religiosas en España, México, Argentina, Colombia, Perú, El Salvador y Guatemala, muy habituales en Semana Santa, aunque también fuera de ella.
La primera procesión cristiana en Guatemala se realizó en la ciudad de Santiago de los Caballeros, hoy Antigua Guatemala, el 10 de marzo de 1543. Desde ese entonces se ha desarrollado una larga e importante tradición que ha dado lugar a majestuosas procesiones, únicas en el mundo.
Las procesiones en Guatemala son caracterizadas por las alfombras de aserrín colorido que adornan las calles en donde son llevadas en hombros por períodos de hasta 18 horas y media de duración. Los desfiles van acompañados durante todo el recorrido por orquestas musicales que interpretan marchas fúnebres o festivas compuestas por artistas nacionales en su mayoría.
Las procesiones con las andas más grandes del mundo están en el Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala y pertenecen a la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios – El Calvario. Midiendo entre 27 y 30 metros de largo, 1.2 de alto y 2 de ancho, éstas son cargadas por hasta 150 personas por cuadra cada Segundo Domingo de Cuaresma y en Viernes Santo se procesiona la segunda anda más grande del mundo, Cristo Yacente de esta misma iglesia, cargado por 140 personas cada cuadra, cuya anda mide hasta 25 metros de largo.
Fuente: José Rodolfo Vizcaíno Freyre