Ante el drama que originó la pandemia del COVID, muchos creímos que era la excusa perfecta que se necesitaba para transformarnos y humanizarnos para transformar los conflictos en oportunidades de convivencia social y paz.
Por ahora la pandemia ha pasado a un segundo o hasta un tercer plano, no ha desaparecido, sigue y seguirá entre nosotros. Sin embargo, no hay voluntad desde los comportamientos internacionales o nacionales para desarrollar acciones que nos lleven a las transformaciones sociales que contengan y eviten a nuestra auto destrucción.
La comunidad internacional desde todos sus ámbitos y desde sus mecanismos tradicionales obsoletos de decisiones y relacionamiento no ha sido capaz de presentar hasta ahora un programa diferente que priorice las reformas más profundas que se necesitan como humanidad, nuevos objetivos, valores y sistemas económicos inclusivos que devuelvan la esperanza para vivir en dignidad y coherencia. Hacer más de lo mismo, significa no haber aprendido nada de la crisis en que vivimos.
Basta recordar que el 1% de los ricos del mundo acumula el 82% de la riqueza global, y si antes de la pandemia la brecha entre ricos y pobres era más que evidente, el agravamiento de la misma como consecuencia de este virus nos muestra una tragedia sin precedentes que si no se actúa de alguna manera las cifras de pobreza en el mundo seguirán aumentando.
Nuestro mundo ya no es ni será el mismo. Los conflictos internacionales, los abusos de los derechos humanos, el aprovechamiento económico usando el dolor humano, las barbaries en las guerras, el abuso del poder, etc. nos sitúa en un mundo mucho peor que el de hace dos años.
Que rápido y fácil es avanzar en hacer que acabemos enfrentados unos contra otros, que transformar a la civilización en actitudes en favor de una cultura de paz, solidaridad y tolerancia que nos lleve a hacer de las nuevas generaciones en seres humanizados para salvarnos como especie y a salvar el planeta,
Estábamos en el momento ideal para mostrar solidaridad; y, era el tiempo que nos permitía pensar en el mañana como una luz de esperanza y donde nuestras prioridades debieron de cambiar, menos guerras, menos injusticias, menos gente que muere hambre.
Aún tenemos un pequeño margen para salir de la tiniebla a la luz, con la convicción que estamos en una última oportunidad para cambiar.
Es hora de nuevos liderazgos que luche y defiendan la necesidad de un nuevo pacto social que nos vincule no como sociedades individualizadas, sino como humanidad bajo el único interés de garantizar alimentación, salud, educación, sociedades incluyentes y con igualdad de oportunidades, con derechos y obligaciones con leyes justas para todos por igual.
No hay mucho tiempo para estudiar y reflexionar sobre los cambios que la humanidad necesita, las soluciones siempre han estado con nosotros.
El nuevo camino para la humanidad debe servir para reconstruir un mundo más equitativo y sostenible, con oportunidades iguales y respetando los derechos y libertades de todos; especialmente, permitiendo vivir dignamente protegiendo a las personas más vulnerables. Sin embargo, hasta ahora nada logra humanizarnos.
Hasta la próxima semana.
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