El momento político que vive la Universidad Autónoma de San Carlos de Guatemala y el país en general, representa una oportunidad de análisis y la ocasión propicia para meditar sobre el fracaso del sistema político presidencialista y el que rige la Universidad. No cabe la menor duda que seguimos bajo un régimen conservador establecido desde la colonia que han diseñado a su sabor y antojo los poderes legislativo, ejecutivo y judicial.
Es prudente considerar la posibilidad y necesidad de un cambio en el sistema político, como una nueva experiencia que pueda ofrecer alguna esperanza para la democracia participativa que permita resolver el futuro de las instituciones gubernamentales y reintegrando el paisaje de la educación superior pública, con el fin de ampliar la diversidad ontológica, epistemológica, metodológica y axiológica.
El modelo político tiene fallas de origen, deformaciones estructurales porque no es enteramente coherente con la realidad histórica del país. Elemento que ha sido aprovechado por las dictaduras para consolidarse e incrustarse en el poder y tener a su servicio a las instituciones del Estado y ahora a la educación superior, con el único fin de convertirla en una institución de titulación al servicio del mercado laboral.
La Universidad no puede darle la espalda a su pueblo, pues ha sido con el pasar de los años una conquista social, ejemplo de lucha y con un imaginario construido en épocas anteriores como el espacio de cambio, transformación y formación, que permita soñar un mejor futuro en el ámbito social, cultural, político y económico. Sin embargo, pareciera que con estas actitudes existe un desencuentro dramático con el pueblo urgido de pensar en lo humano y resolver el problema de gobernabilidad.
Es necesario devolverle al sistema universitario público del país la libertad de construir nuevos caminos para repensarse en todos los planos, a romper con las ataduras colonizadoras que la sucumben en un paisaje apocalíptico, altamente centralizada, burocrática y jerarquizada, que sirve a los caprichos de formación decadente que mutila los sueños de las futuras generaciones.
La Universidad no puede ser el reflejo de la decadencia de los gobiernos que ofrecen al pueblo tristes espectáculos de pan y circo, para una inmovilidad senil y anacrónica, es por ello, por lo que su gobierno debe ser estrictamente democrático, soberano, libre y principalmente participativo. Su compromiso debe estar con el pueblo y con los más altos ideales de la humanidad reencantando la vida. Una Universidad que dibuje una nueva sociedad justa, equitativa y creativa.
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