Miles de personas en el mundo dedican sus vidas a luchar contra la arbitrariedad, especialmente cuando los derechos de unos son negados, la dignidad de otros amenazada, minorías hostigadas, justicia injusta, pueblos oprimidos, etc. La historia nos permite conocer acciones de quienes trabajan para hacer realidad el ideal proclamado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos: que los seres humanos se vean un día «liberados del temor y de la miseria».
Tenemos que reconocer que la labor de la comunidad internacional ha sido fructífera en el reconocimiento de un conjunto de derechos; sin embargo, no hay reconocimiento que valga si no hay respeto, promoción, defensa y acciones para que lo que conocemos como «derechos humanos» dejen de seguir siendo propuesta para convertirse en un sistema de vida integral que permita reconstruir los tejidos sociales -especialmente en los países más deteriorados política, social y económicamente- para hacer de las sociedades lugares de paz y convivencia.
El incomprendido mundo de los “defensores de los derechos humanos» procura visibilizar de forma clara las violaciones de los derechos humanos, apoyan a las víctimas y luchan contra la impunidad. Sin embargo, existe un muro de silencio muy fuerte que evita -por razones más ideológicas y políticas- acortar una brecha entre lo que las sociedades necesitan y lo que los gobiernos ofrecen, pesando mucho más el no hacer que el deber hacer.
La defensa por los derechos humanos es una tarea inacabada y probablemente inacabable. El mundo está inmerso en dinámicas permanentes de desarrollo político, económico y social que origina grandes discusiones para la aceptación de otros derechos o para mejorar la interpretación y puesta en práctica de aquellos que ya han ganado reconocimiento.
La defensa de los derechos humanos no debe ser exclusiva. Las sociedades deben generar las condiciones para que cada persona viva sus derechos y defienda los derechos de los demás, derrumbándose el muro de silencio que separa a nuestras sociedades y que nos han vuelto intolerantes para con nosotros mismos, discriminatorios, injustos y en muchos casos inoperantes.
Romper el muro de silencio debe llevarnos a defender a los demás, bajo valores de verdad, justicia, inclusión y tolerancia. No mal gastar energías en atacar a los demás, sino en construir entre todos sociedades diferentes y mejores que permitan garantizar a las nuevas generaciones un mundo en paz y armonía. Significa también condenar a las tiranías y defender las libertades que nos permita desarrollarnos como personas. Nuestra misión como humanidad debe de repensarse bajo un nuevo modelo social que sea inclusivo, tolerante, justo e igualitario.
Necesitamos de nuevos liderazgos políticos, sociales y económicos que luchen para contener el camino que nos está llevando a nuestra autodestrucción. Romper el muro del silencio es ahora y no esperar a que se caiga sobre nosotros para nunca poder levantarnos.
Hasta la próxima semana.
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