Son sus “clases políticas” las responsables de generar crisis en los Estados. Quien ejerce el poder a nombre del pueblo asume una gran responsabilidad ya que el mal uso o ejercicio de este puede traer consecuencias nefastas y llevar a crisis tan graves que el daño es irreparable.
El poder de ninguna forma está ligado al libre albedrio y por el contrario el ejercerlo tiene su límite, buscar ampliar ese campo de acción lleva a la ambición y al egoísmo que lleva a ejercerlo para beneficio propio.
El poder concebido para la política debe de tomarse como un instrumento temporal que la población ha otorgado al elegido para que en su nombre o representación ejecute políticas para mejorar sus vidas. Quien ostenta el poder temporal emanado de las urnas, debe ejercerlo con la noble tarea de servir en beneficio de otros grupos.
Ese poder debe ejercerse y ser iluminado por la verdad y el amor hacia los demás; para, desarrollar políticas públicas que permita a sus habitantes vivir con mejores condiciones, a una dignidad simple y a un respeto por los derechos humanos que permita a todos convivir en un ambiente solidario y de paz.
Para lograr un verdadero servicio público desde el Estado se necesita crear consciencia y para ello es fundamental que quienes asuman los cargos de decisión en las diferentes instituciones públicas de los gobiernos lo hagan para generar cambios que requieren sus sociedades.
Lo fundamental del servicio público es contar con una actitud personal no confrontativa, tolerante y respetuosa por los demás; y así estar en condiciones de poder planificar la ejecución de las políticas públicas fijando objetivos claros y estrategias adecuadas.
Diversas situaciones políticas en los Estados llevan a perder confianza en la democracia, los partidos políticos, las instituciones públicas y sobre todo en los gobernantes, parlamentarios y operadores de justicia. Para poder retomar el camino hacia la reconstrucción de sociedades diferentes, prósperas y solidarias es necesario recuperar la confianza en las autoridades y las instituciones de los Estados; y, obviamente a través de políticos diferentes.
Las experiencias en políticas públicas especialmente de los países en desarrollo reflejan muchas veces bajo grado de focalización, carencia de un adecuado diseño y evaluación de resultados, centralización en la administración y ejecución de las políticas, baja interrelación o coordinación entre las políticas sectoriales y territoriales, así como la intermediación social de los fondos públicos que no han sido capaces de generar desarrollo ni disminuir los altos índices de pobreza.
El vacío y descontento social como consecuencia del manejo del poder de sus clases políticas, crea una gran oportunidad para el grito unánime de cambios de políticos en los países -no cambio generacional, sino cambios de políticos- para fortalecer todo lo bueno que se ha hecho y cambiar aquellas políticas que hacen que subsista la pobreza y la falta de oportunidades.
Es prioritario fortalecer la gobernabilidad democrática de los países a través del diálogo y la construcción de consensos como una nueva forma de hacer política, humanizándola y respondiendo a las necesidades de sus pueblos.
Los ciudadanos somos usualmente víctimas de la lucha por el poder político en la mayoría de los países. Los “juegos de la política” se convierten en elementos peligrosos para cualquier democracia. Grandes pensadores lo describen como la “teoría del juego” y que no fue diseñada exclusivamente para analizar los comportamientos políticos de una sociedad, sino más bien como un enfoque valido para comprender la real dimensión y funcionamiento de las diversas instituciones sociales.
Una crisis política resuelta devuelve en el mejor de los casos la confianza en las instituciones democráticas y constituye una lección a los votantes para saber elegir mejor a quien en nuestro nombre va a administrarlos los bienes del estado.
Hasta la próxima semana.
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