Hoy es el “Día Mundial contra la Pena de Muerte”. Pertenezco al grupo que está en contra de la pena de muerte. Las consideraciones legales, políticas y religiosas de quienes están a favor o en contra de la pena de muerte, no son completas si solo se ve desde cada uno de estos aspectos.
Decir que la pena de muerte acabara con la violencia en los países es un argumento politiquero y demagogo; que la pena de muerte nos coloca en una situación violatorias de leyes internacionales, es leguleyo e incompleto; y, que la pena de muerte es un “invento diabólico”, es una posición sectaria y no real para el común de la humanidad. Lo único cierto es que la pena de muerte nunca será una solución.
La pena de muerte no soluciona el problema de la criminalidad en tanto no disuade a los asesinos y hechores de delitos. Está comprobado en países donde esta existe que no hay disminución de cifras de asesinatos ya que estas responden a problemas psicológicos, sociales y económicos en las que tienen que trabajarse en sus causas y no en sus consecuencias.
La administración de justicia es hecha por personas y el errar es humano, sancionar y aplicar a una persona a la pena de muerte se puede incurrir en error y en una injusticia, que ya nunca podría corregirse. Si se aplica inadecuadamente una pena de cárcel, esta equivocación puede subsanarse. Pero cuando media la muerte, el hecho es irremediable.
El fin de la pena doctrinariamente hablando es de resocializador y que, por ende, la pena de muerte era contradictorio con el mismo, la pena de muerte es un acto de venganza, es inhumana e indigna.
Los tratados internacionales de derechos humanos afirman el derecho a la vida y son la mayor expresión de la consolidación de una tendencia mundial y total de abolición de la pena de muerte. La pena de muerte atenta contra la dignidad humana, pues convierte al penado en objeto de la política criminal del Estado negando su condición de persona humana.
En los países del mundo de hoy ante un desafío como el que plantea la violencia organizada y no organizada, apoyar la pena de muerte, es caer en la lógica de la violencia, de confrontación total y aniquilamiento del otro, más aún, en momentos en que en estos países los sistemas democráticos en su mayoría buscan sociedades reconciliadas y de desarrollo de sus pueblos.
La pena de muerte, ejecutada en nombre de toda la población de una nación, involucra a todos sus habitantes. La necesidad de sensibilizar a las sociedades del significado de contar con la pena de muerte, de cómo se aplica y de cómo les afecta, constituye una violación de los derechos fundamentales.
El hecho que un grupo de personas cometan actos de delincuencia, como asesinatos, secuestros, desapariciones forzadas, genocidios, torturas, etc., con resultados escalofriantes de muerte o mutilación de las personas elegidas y en otras ocasiones las de otras personas que se encontraban casualmente en el lugar de los hechos, es obvio que no sólo provoque una fuerte reacción de la sociedad, sino la exigencia a la pena de muerte. La mejor política para acabar con la violencia en los países del mundo es el respeto a los derechos humanos, cumplimiento de la ley, acabando con la impunidad.
Cuando un Estado ejecuta a una persona, todos lo ejecutamos. Cuando la sociedad pide sanción de muerte es porque las instituciones han perdido autoridad para hacer cumplir la ley. Nuestra obligación es defender la vida por encima de todo y los Estados están obligados a garantizar los derechos humanos. ¡No a la pena de muerte!
Hasta la próxima semana.
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