La conflictividad social crece cada día; y, sin miedo a equivocarme está en uno de sus momentos más candentes de su historia, lejos incluso de las luchas contra las dictaduras militares donde las sociedades reclamaban el retorno a los sistemas democráticos.
A las no atendidas causas reiteradas que generan la conflictividad social -como lo son las disputas de tierras, temas laborales, reivindicaciones gremiales, reconocimientos a los pueblos indígenas, violaciones a los derechos humanos de las mujeres, exclusión y discriminación a la diversidad social, violación a los derechos políticos, acceso a la justicia, etc.- se agrega como posiblemente la principal causa política y social, la insuficiente e inaceptable respuesta a la crisis que ha ocasionado la pandemia ya que no se trata de aguantar la siempre respuesta de los estados ante sus demandas sociales, sino se trata de sobrevivencia; es decir, entre vivir y morir.
Décadas pasadas la clase obrera y el campesinado eran los actores centrales de la movilización social, hoy vemos en las calles especialmente a jóvenes, minorías étnicas, mujeres, estudiantes, artistas, profesores, grupos feministas, desempleados, adultos mayores, etc. quienes asumen una identidad de grupo para demandar cambios a todo nivel.
Las sociedades han llegado al hartazgo donde las promesas electorales no son cumplidas, hay un malestar social -muchas veces incomprendido desde algunos sectores- no solo por la necesidad de insistir en las demandas básicas recurrentes, sino también por aquellas en que los tiempos en que vivimos son necesarias para sus habitantes.
Las ultimas movilizaciones sociales en Cuba, Chile, Colombia, Argentina, Perú, Venezuela, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Bolivia, Brasil, Puerto Rico, República Dominicana, México, etc. responden a un nuevo tipo de organización social a través de la tecnología, usando las redes sociales las movilizaciones se convocan en corto plazo para que miles de personas salgan a las calles. Cuba a pesar de sus limitaciones y restricciones del gobierno es claro ejemplo para las movilizaciones sociales de los últimos días.
La mayoría de los países de América Latina son gobernados con una “bomba de tiempo permanente” llamada conflictividad social, esperando a que explote para que los gobiernos tengan la “perfecta” excusa de usar métodos violentos y represivos para combatirlos. No existe país en la región que tenga como política de Estado la prevención de la conflictividad social.
La importancia de adquirir habilidades para negociar los conflictos sociales constituye una prioridad para los estados desde los sectores público y privado para encontrar soluciones reales que fortalezcan a las democracias y al respeto de los derechos humanos. Las crisis políticas nunca desaparecerán mientras existan los estados; sin embargo, es obligación que éstos cumplan con su finalidad del bien común como única opción para construir estados de bienestar.
Hasta la próxima semana.
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