No cabe duda, los valores del comportamiento social en el marco de las normas de convivencia han sido la mayor preocupación a lo largo de la evolución de la humanidad.
Desde los valores teológicos del Antiguo Testamento, la filosofía Greco Latina, la construcción del Estado moderno y las democracias constitucionales contemporáneas han elevado la ética al mayor de los ideales.
Quedó demostrado que la brújula moral es un acto que no solo hace al hombre excepcional en su relación social; sino, lo lanza a la conquista de una humanidad más perfecta(Bautista, 2010).
Sin embargo, pareciera que en toda esa trasmutación einterpretación doctrinal de la ética en ese extenso viaje que viene de la moral como lo entendía Sócrates en la antigua Grecia, luego en esa extensa migración hacia el pensamiento jurídico y convertido hoy en día en reglamentación para lo que llamamos probidad. Y que finalmente alcanzó las más elevadas concepciones retoricas para seguir el comportamiento cercano a la pirotecnia de la divinidad, particularmente cuando fue llevado al plano de lo públicoque en teoría significa los más altos valores humanos, decoro, honestidad e integridad…
Habrá que reconocer que más allá de la retórica y las justificaciones, algunas inclusive con el desplante teatral y otras con cinismos velados amparados de la moral religiosa y la política, la ética del buen hombre público falló. Ni el Cándido el Optimista de Voltaire, ni la Utopía, de Tomás Moro y ni siquiera el falansterio de Fourier, fueron suficientes.
Bueno, si fuera lo contrario, los informes e indicadores internacionales del 2021 dirían lo contrario…. Pero tenemos un escenario en donde las dinámicas de la realidad no son lo que esperamos en el mundo de la ética y la probidad.
A principios de este siglo escuché al Doctor Nieto de Alba(1931-2018) Presidente del Tribunal de Cuentas de España, al expresar una de las ideas más preclaras en la función fiscalizadora, expresó que “la tarea del Control Gubernamental es verificar que los procesos del gasto público se apeguen a los marcos de la norma y en eso, más allá de la ética y la moral, existe la responsabilidad e implicación individual que conlleva cada acto”. Expresión que no requiere mayor erudición para entender que el escrutinio legal y la mirada ciudadana siempre están atentasal resultado de la acción Estatal.
Es esto lo que hace de la ética un bien público. La ética y la probidad alcanzan el epitome más alto cuando las instituciones rinden cuentas y son transparentes, nosiguiendo la norma convencional; sino ahora, desde evaluaciones de desempeño, cuando las políticas institucionales se alinean de forma coherente con resultados que impactan en el bienestar de la ciudadanía en un acto de rendición de cuentas que revela coherencia hacia las políticas institucionales, instrumento potente para medir la desigualdad de cara a la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Vale destacar hoy dos verdades apodícticas incuestionables:a. Los bienes públicos producidos por el Estado y sus instituciones son los que permiten en calidad, cantidad y oportunamente promover movilidad y canales de ascenso social que derivan en bienestar. b. La ética y la probidad son los marcos y normas que obligan a cumplir el compromiso del Estado y del ideario político de los gobernantes. Cuando no lo hacen de acuerdo a la regla, la tarea es corregirlo.
Otorgarle valor de bien público a la ética y probidad muy probablemente podrían considerarlo un exceso hiperbólico, Sin embargo, su valor intangible permite juzgar desde el comportamiento público por decisiones que involucran los recursos del Estado, pero resulta que la ética no es derecho positivo.
Es verdad, en los últimos años la ética no fue más que el llamado pirotécnico a la moral para ser buenos hombres. Pero en la actualidad el tema deja de ser de hombres y pasa al plano del Estado donde convergen intereses, aunque Lemus (2021) los llama incumplimiento de pactos, no fue más que el ajuste del traje para una moral institucional relajada.
Alexander Solzhenitsin (1918-2008) dijo alguna vez que la “La mentira no solo se había convertido en una categoría moral, sino en un pilar del Estado”. Hoy, a casi 60 años en la distancia de esa sentencia vale preguntarnos ¿Seguimos acudiendo al llamado moral o al cambio…?
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