(Dedicado a quiene insistieron en el mensaje)
No cabe duda, hoy los acontecimientos tienen extraordinario sentido afirmativo sobre aquello que, a tono con la moda y los acontecimientos de la realidad, se suceden con la velocidad y luego declinan… Cosas que persisten como el día que se desvanece a la tarde. Como los amores fugaces de temporalidades tan breves como la eternidad del segundo… Al igual que las redes sociales con su brevísima pirotecnia.
Nada motiva y provoca más que el sentido de la innovación disruptiva, que aunque no se entienda para nada la palabrita, pero se oye bien y se convierte en el tema y la mirada embelesada para el cotilleo de cafetín; bueno, de las redes y el comentario de prensa.
Pero no es de eso lo que nos ocupa hoy en esta columna. Sino la historia que viene al caso, recomendada por la sonora ironía. Aunque ya fue repetida y se hizo persistente en el tiempo, pero sin el amplificador de las terminales de mano. Sin embargo, no solo es tan real sino que atraviesa los agujeros negros del tiempo, la historia y la realidad.
Vale repetir ahora que ser sensato no es ciencia, sino ser razonable y dueño de la circunstancia para dotarla de la matemática del calculo que ofrece la realidad; como tampoco lo es promover liderazgos inspiradores, dado que es un atributo con el dominio de la persuasión y don de la palabra hablada o escrita, que alguna veces no es más que la impronta para pervertidas manipulaciones que buscan supuestamente levantar liderazgos místicos y creencias que al final del día no soportan el escrutinio.
Sin embargo ser insobornable no es un artilugio de virtudes aparentes, usadas para imponer reflejos de espejismos que por su falsedad, pueden ser evidentes… No. Ser insobornable es la absoluta muestra de virtudes prácticas del escrúpulo. De eso vamos hablar y de ese hombre que tiene el escrúpulo suficiente de su tiempo…
Resulta que este hombre, dadas la naturaleza privilegiada de la época lo condujo por invitación más que por elección, a la dirección de una porción Estatal de esas animadas regiones atemperadas y pueblerinas.
La relevancia del cargo no solo exudaba las altas responsabilidades de un modelo de actuación basada en la sabiduría, sino en el cálculo aritmético de la decisión para interpretar que todo aquello que implicará juzgar, llevaría consigo irremediablemente una consecuencia, lo entendió muy bien. Los pecados son por acción y por omisión.
Aprendió que los costos del error en la conciencia no son propios de los beneméritos históricos del pueblo, sino de hombres con la estatura moral para entender que la matemática de la vida no puede interpretarse con la relatividad del licencioso que acude al sibarismo moral.
Este insobornable hijo de campesino, entendió que la algarabía del poder no tenía otro fin que el equilibro y la sensatez que se ajusta a las delicadas comisuras del equilibrio, tanto para administrar justicia como para aplicar la sabia corrección que los hechos que se requieren para mantener el principio de la autoridad.
El tamaño de su sensatez alcanzó los altares del epitome más elevado del pensamiento y comprendió que el ejercicio del poder se asienta y se entroniza con ese sentido casi religioso que llevo, al igual que Asís, a situar el testimonio de su ejercicio de poder en las fuentes más elevadas de la luminaria transparente del día, sin que viviera el mito de Ícaro al acercarse a la claridad.
Desde esa porción, a veces solitaria, sello con los siete candados el excepcional sentido y la práctica con eso que Abrahán Lincoln demostró en batalla, el ejemplo. Supo desde el principio que no se trataba de repetir a Sísifo, creyendo que dirigir es una carga y se mitiga en la oscuridad de la noche; sino por el contrario, era la revelación del liderazgo equilibrado para el control de las decisiones del presente y sus implicaciones futuras.
Entendió que no es solamente con pedir que otros hagan, que otros digan, que otros caminen, que otros empujen o que otro reparta desde las alturas el don de la divinidad… No, este hombre entendió que es el ejemplo el que disemina la original fortaleza seminal de hacer parte a los otros.
No fue más allá, se quedó justamente con los atributos del liderazgo ejemplar. Con la ciencia como sello distintivo del testimonio para construir la virtud que enciende el poder: la confianza. Pero finalmente, decidió abandonar el poder, lo que con sorpresa vino a su presente lo entrego con la humildad del que sabe que el “ocaso es una señal de partir…” Gamboa, 2021).
Ese sensato hombre insobornable sintetiza en este relato a don Sancho Panza, personaje emblemático descrito en el capítulo 42 de la segunda parte del Quijote de la Mancha, escrito por don Miguel de Cervantes en 1605. https://youtu.be/-EKws7A14bQ ¿Ejemplo, testimonio y confianza, hasta cuándo…?
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