Por Fernando Castellanos |
El 16 de octubre de 1992 la guatemalteca, Rigoberta Menchú Tum, fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz, convirtiéndose en la primera mujer indígena en recibir este reconocimiento. El Comité Noruego destacó su lucha por la justicia social, la paz y la defensa de los derechos de los pueblos indígenas.

Menchú nació en Uspantán, El Quiché, en el seno de una familia maya quiché dedicada al trabajo agrícola. Desde pequeña conoció de cerca la pobreza y la desigualdad: a los cinco años trabajaba en fincas cafetaleras en condiciones precarias, mientras su familia sufría persecución por parte de terratenientes y militares.
Su padre, Vicente Menchú Pérez, murió en el incendio de la Embajada de España, el 31 de enero de 1980, durante una protesta en la que participaron campesinos quichés. Tras la pérdida de varios miembros de su familia, Rigoberta decidió emprender una lucha pacífica para denunciar los abusos cometidos contra los pueblos indígenas y las mujeres rurales.

En el exilio, en México, publicó en 1983 su autobiografía Yo, Rigoberta Menchú, una obra que dio voz internacional a la realidad de los pueblos originarios de Guatemala. Su activismo la llevó a participar en foros internacionales, incluyendo las Naciones Unidas, donde abogó por la paz y la reconciliación.
El Premio Nobel de la Paz de 1992 le fue otorgado en coincidencia con el quinto centenario del Descubrimiento de América, fecha que Menchú utilizó para resaltar las consecuencias de la colonización sobre los pueblos indígenas. Con el reconocimiento, fundó la Fundación Rigoberta Menchú Tum, dedicada a promover los derechos humanos, la educación y el respeto a la diversidad cultural.

En su discurso de aceptación, Menchú llamó a la desmilitarización, la justicia social y el respeto por la naturaleza y las mujeres. A lo largo de su vida, ha enfrentado críticas y controversias, pero su papel en la historia de Guatemala es innegable: símbolo de resistencia, dignidad y lucha por la igualdad.











