Con información de Fernando Castellanos.
El Ferrocarril de los Altos, una de las obras de ingeniería más ambiciosas en Guatemala y orgullo de Quetzaltenango, dejó de funcionar el 19 de septiembre de 1933, apenas tres años después de haber sido inaugurado oficialmente.
El proyecto, que unió San Felipe, Retalhuleu con Quetzaltenango a lo largo de 44 kilómetros, fue un reto tecnológico sin precedentes. Se trataba de un tren eléctrico impulsado por la energía de la hidroeléctrica Santa María, ya que las locomotoras de vapor no podían superar las empinadas pendientes de la ruta.

Tras varios intentos fallidos desde finales del siglo XIX, la construcción fue retomada en la década de 1920, con el apoyo de la empresa alemana AEG y la visión de presidentes como José María Orellana y Lázaro Chacón. Finalmente, el 30 de marzo de 1930 el ferrocarril comenzó operaciones, ofreciendo un servicio regular que se perfilaba como motor de desarrollo para los Altos.
Sin embargo, el sueño fue breve. Un temporal en 1933 destruyó tramos y puentes en Santa María, dejando los rieles inservibles. La crisis económica provocada por la depresión mundial y la caída de los precios del café agravó la situación. Aunque los quetzaltecos impulsaron su reconstrucción, el presidente Jorge Ubico rechazó la propuesta y ordenó el desmantelamiento definitivo.

Los rieles fueron reutilizados como postes de alumbrado, los durmientes y edificios como combustible, y el material rodante vendido como chatarra. Así terminó, apenas tres años después, la breve pero legendaria historia del Ferrocarril de los Altos, símbolo de modernidad y orgullo regional.












