Por Moisés Cottom |
En el año 897, ocurrió uno de los eventos más insólitos en la historia occidental: el Papa Formoso fue exhumado 9 meses después de haber muerto para ser llevado a juicio por el nuevo Papa, Esteban VI, durante el llamado Concilio cadavérico o Sínodo del cadáver.
Durante el juicio, el cadáver fue revestido con los ornamentos papales y se lo sentó en un trono para que “escuchara” los cargos en su contra. En realidad, el juicio lo había impulsado el rey Lamberto de Spoleto, quien había sido traicionado por Formoso durante el asalto a Roma del rey alemán Arnulfo de Carintia.
Formoso fue encontrado culpable de los cargos, se le retiró el título de Papa, se lo despojó de sus vestiduras y se le arrancaron de la mano los tres dedos con los que daba la bendición. Pero eso no fue todo, porque en el año 904 el papa Sergio III inició un segundo juicio contra el cadáver, y, tras declararlo culpable, fue lanzado al río Tíber para que sus restos “desapareciesen de la faz de la tierra”.
Vía History